Entre los campos de hielo
El camino hacia el sur desde Pto Río Tranquilo se hace más angosto. Ya no encontraremos ningún tramo de asfalto y se maneja por el centro de la carretera haciéndole lugar al coche que viene de frente. Saliendo se bordea el lago Chelenko con unas panorámicas bellísimas. Se pasa por un bosque de lengas y ñires y luego de algunas cuestas y de seguir por un rato el curso del río Baker, el más caudaloso de Chile, el paisaje cambia y se hace más árido al llegar a Cochrane. Después de un nuevo tramo de camino de montaña y cornisas vuelve a aparecer la sombra fresca de un bosque donde habitan los huemules hasta llegar a Caleta Tortel, en el delta que forma el río Baker en su desembocadura, entre el Campo de Hielo Norte y el Campo de Hielo Sur. Este pueblo de unos 500 habtantes está construido en la costa de una bahía. Las casas hechas en madera se conectan a través de largas pasarelas y escalinatas de ciprés de las Guaitecas. El auto se deja en un estacionamiento y el resto se hace todo a pie. La lluvia nos invitó a buscar nuevamente una cabaña con salamandra y tele, sin wifi. Tomamos mate calentitos con vista a la bahía de aguas verdes lechosas y a las chimeneas humeantes que se asoman entre los árboles. Caminamos durante la tarde con el paraguas protegiéndonos de una lluvia que venía y se iba de a ratos.
Una parada para comer congrio a la plancha y un poco más arriba, cerveza artesanal con sabor a calafate. La gente junta en recipientes el agua de lluvia, y los tachos desbordan; es más limpia que la de la nieve, nos cuentan. Los escalones se pueblan de vida que nace entre las grietas de la madera: musgos, helechos y hasta pequeños arbolitos crecen en ellos. Cuando para el agua salen cientos de picaflores a aprovechar el néctar de los chilcos. Su rapidez desafía el gatillar de la cámara pero algunas imágenes de su vuelo pude captar. A la tardecita las ranas se hacen oír en los charcos.
Conseguir una navegación hasta los glaciares fue difícil, está ventoso y los barcos se quedan amarrados a los muelles. Dos días de calma para descansar, mirar pelis y escuchar desde adentro de la cabaña cómo sopla el viento del Pacífico.
Una parada para comer congrio a la plancha y un poco más arriba, cerveza artesanal con sabor a calafate. La gente junta en recipientes el agua de lluvia, y los tachos desbordan; es más limpia que la de la nieve, nos cuentan. Los escalones se pueblan de vida que nace entre las grietas de la madera: musgos, helechos y hasta pequeños arbolitos crecen en ellos. Cuando para el agua salen cientos de picaflores a aprovechar el néctar de los chilcos. Su rapidez desafía el gatillar de la cámara pero algunas imágenes de su vuelo pude captar. A la tardecita las ranas se hacen oír en los charcos.
Conseguir una navegación hasta los glaciares fue difícil, está ventoso y los barcos se quedan amarrados a los muelles. Dos días de calma para descansar, mirar pelis y escuchar desde adentro de la cabaña cómo sopla el viento del Pacífico.
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