Caminar la montaña entre los cóndores
Dejamos Puerto Aysén bajando en el camino a comer los frutos del Calafate para volver siempre al sur. Una parada en Pto Chacabuco nos aseguró el almuerzo de empanadas de centolla, de calamares y de mariscos.
La ruta pasa por una hermosa quebrada y por una Reserva Natural que custodia el bosque húmedo y llega a Coyhaique, la ciudad más importante de la región. Está emplazada en las laderas de los cerros y muy abajo pasa serpenteante el Río Simpson.
"Ni los puentes unen tanto como el respeto entre los pueblos de la tierra" decían las paredes en Pto Aysén. Y acá se hace realidad. En Coyhaique hay muchas costumbres parecidas a las del otro lado de la cordillera: se toma mate, los paisanos andan con boina y poncho, se juega al truco. Una plaza central llena de vida y de verde.
Por suerte pudimos ver el sol y acampar. Al otro día seguimos viaje y llegamos a Villa Cerro Castillo, una villa de montaña desde donde salen senderos de ascenso a los cerrros cercanos.
Armamos la carpa con vista a los picos nevados y nos quedamos toda la tarde escuchando correr el arroyo que en épocas de deshielo crece y trae las aguas turquesas de los glaciares.
Con los primeros rayos de sol de la mañana desarmamos campamento y preparamos nuestra vianda para la caminata.
Fueron cuatro horas de ascenso parando a descansar. Primero atravesás un bosque alto, los líquenes agarrados de los troncos son la prueba de la pureza del aire. Luego la vegetación se hace más baja y el sendero atraviesa un monte de arbustos achaparrados hasta la subida final entre las piedras. Allá arriba, la laguna Cerro Castillo. El silencio, el vuelo de los cóndores que dominan las cimas, las nacientes mismas de los cursos de agua y el cielo azul profundo. Nada más por hoy.
"Viajar. Beber lo que viene. Tener alma de proa" Los relatos de viajes de mi madrina Carmen acompañaron mi infancia. (Carmen, qué hermoso suena tu nombre, sigo extrañando esa bella alegría de tu mirada). Una y otra vez, como lo hacen los chicos chiquitos, yo le pedía que me cuente sus historias por Oriente. Y así recorrí esos mundos tan distantes... tan distintos. Desde entonces sigo sintiendo esa misma emoción cada vez que una ruta me lleva a conocer y aprender otras geografías.
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