A la mañana temprano desayunamos y partimos rumbo a Tilcara en micro. Entre curvas la ruta va dejando el paisaje exuberante de las yungas para internarse en la Quebrada de Humahuaca y sus cerros de colores. Se bordea el Río Grande y se pasa por varios pueblos. Allí estaba Volcán y el recuerdo reciente de sus casas bajo el barro provocado por el alud del año 2017.
Armamos la carpa a la sombra de un sauce y salimos a caminar.
La tarde empezaba con festival. Temprano ya se veían los movimientos de los artistas que iban a darle vida a este domingo del enero tilcareño y pronto la plaza, vestida de puestos de artesanías de colores, se llenó de música y baile.
Pero la fiesta no terminaba allí porque las bandas seguían su espectáculo abriendo la noche en el tinglado municipal a ritmo de "Caporal", esta danza del altiplano con fuertes raíces africanas. Los cascabeles de los zapatos recuerdan los grilletes de los esclavos y el ritmo de sus zapateos te golpea el pecho.
Llovía y buscamos más que refugio en una esquina: estofado de llama y de cordero, dulce de cayote con nuez y la música de una banda que nos hizo lagrimear con Guanuqueando de Ricardo Vilca y varios temas más.
La noche de Tilcara es así: las puertas de los bares abiertas y los sonidos de las guitarras, los bombos, los sikus y las quenas acompañan tu andar por callecitas angostas y casas de piedra y adobe.
Despertar con el sonido del río que corre cerca, los charcos de marrón anaranjado, los sauces más verdes, lavados por la lluvia que no cesó en toda la noche y las nubes encajonadas en los cerros. Unos mates mañaneros y a andar.
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