Pusimos el despertador bien temprano. Era noche cerrada y salimos hacia la parada del colectivo que nos llevaba a Puerto Pañuelo. No conocíamos las frecuencias ni la duración de viaje hasta allá así es que salimos con tiempo porque era preferible llegar temprano que perder el barco. Habíamos conseguido los boletos ayer a última hora pensando que ya no habría lugar pero la suerte acompañó nuestra improvisación.
El tránsito a esa hora ya es intenso. Mucha es la gente que va a laburar hacia los destinos turísticos y escuchás las quejas por las incomodidades que trajo la nevada: cortes de luz, calles inaccesibles, rutas cortadas, árboles caidos, veredas intransitables. Y sí... para los que no vivimos en lugares donde nieva es un espectáculo, para la vida cotidiana no.
Vimos desde el puerto cómo el amanecer empezaba a dibujar los perfiles de los cerros y la costa del lago con sus playas blancas.
Navegamos por el Nahuel Huapi hasta el bosque de arrayanes. El sendero estaba habilitado solo en algunos tramos por el temporal. Pero de todas maneras pudimos caminar unos metros entre estos árboles tan hermosos y las flores del quintral, las únicas de este bosque que crecen en invierno. Las gotitas de la nieve que se va derritiendo de a poco mojan todo el bosque. Brillan las cortezas color canela.
El segundo tramo del paseo te lleva a la Isla Victoria. La historia de este lugar está atrevasada por el saqueo de la oligarquía: emprendimientos forestales en manos de los más ricos del pais pusieron el peligro la supervivencia del bosque nativo. Pinos, cipreses de Monterrey, sequoias gigantes, todas exóticas traidas hace unos 90 años que compiten con las especies originarias.
Llegamos tempranito al hostel para cocinar algo rico e irnos a dormir. Nos queda un solo día para difrutar de este breve pero intenso viaje.
"Viajar. Beber lo que viene. Tener alma de proa" Los relatos de viajes de mi madrina Carmen acompañaron mi infancia. (Carmen, qué hermoso suena tu nombre, sigo extrañando esa bella alegría de tu mirada). Una y otra vez, como lo hacen los chicos chiquitos, yo le pedía que me cuente sus historias por Oriente. Y así recorrí esos mundos tan distantes... tan distintos. Desde entonces sigo sintiendo esa misma emoción cada vez que una ruta me lleva a conocer y aprender otras geografías.
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